Sorpresa y desconcierto son las palabras más repetidas en Brasil ante los centenares de miles de jóvenes que desfilan por las avenidas de sus ciudades. No porque los jóvenes no conozcan el camino de la calle. Las transitan multitudinariamente durante los carnavales e incluso en los desfiles del “orgullo gay”, los mayores del planeta, por lejos. Sorprende porque hace 20 años no lo hacían por causas estrictamente políticas. Y entonces, cuando pedían el “impeachment de Collor”, el presidente puesto por la red O Globo, lo hacían siguiendo los reclamos del PT y aun de sus socios de entonces, Brizola y el propio Cardoso, que habían apoyado al derrotado Lula en la segunda vuelta. Si no “inédito”, entonces, sí inesperado. Porque Dilma seguía cómoda, lejos, recibiendo el aval ciudadano según todas las encuestas.
También se ha señalado que son los signos de los tiempos. Desde los jóvenes de Túnez, Egipto y ahora Turquía, los indignados de España, Grecia y Portugal, hasta los Occupy Wall Street, los estudiantes chilenos y los mexicanos del Yo soy 132. Todos con sus correspondientes convocatorias vía Facebook. Y es cierto. A los jóvenes de hoy en día no se los hace formar fila así no más tras los usuales vendedores de ilusiones. Irrumpen sin esperar que los inviten.
Pero aunque no es posible entender los tiempos que corren sin este dato, no se puede meter en la misma bolsa, unos y otros con un par de generalidades. Porque no es lo mismo la protesta tras el desplome europeo, de una parte, que la protesta ante el enraizado autoritarismo en los países árabes o el retorno del viejo conocido PRI mexicano, que la protesta ante el privilegio de la estructura educativa chilena. Menos aún con el aporte juvenil en ambos lados de la polarizada Venezuela o con las masivas columnas juveniles que respaldan a Cristina Kirchner. Aquí o allá los jóvenes ya tienen quien les escriba.
Lo de Brasil supone una asombrosa rebelión ante un sistema político que maniata a unos y otros, a justos y pecadores, en un escabroso vodevil para la galería. El escenario político brasileño se encuentra preso de un singular parlamentarismo adosado a un arraigado federalismo con manifiestas particularidades. En él vienen desfilando por décadas un sinnúmero de matrimonios por conveniencia. Connubios que a veces contrastan con desvergüenza de Estado a Estado. Y todo esto como emergente de un sistema concebido y resguardado desde arriba, al que nadie tuvo la osadía o la fuerza suficiente para impugnar. Hasta hoy.
Mal se pueden recargar las culpas sobre el PT. Pacientemente fue descubriendo cuál era la forma de entrar en la ciudadela y tuvo el ingenio como para llegar a la presidencia. Contando apenas con una cuarta parte de legisladores propios, sólo unos pocos estados y un número creciente aunque aun minoritario de Prefecturas. El costo era previsible. Buena parte de sus mejores cuadros se fueron enredando en el diario trajín de la gestión. Incluso a algunos de los más destacados les ha tocado penas de cárcel de parte de los jueces supremos de allá. Y así se fueron distanciando de los movimientos sociales u otros sectores dinámicos de la sociedad.
Pero aquí viene la parte paradojal de la política, que muchos se resisten a comprender. Si no fuera por el PT que con sus políticas produjo un inmenso cambio en las condiciones de vida de las mayorías, estos jóvenes no estarían en las calles. Sin las políticas del PT para facilitar el acceso a las universidades, nadie estaría reclamando para viajar más barato. Sin la política del PT intentando disminuir la impunidad y la violencia de las policías brasileñas, las multitudes no desfilarían como en estos días. Precisamente, la desaforada represión de la policía del gobernador Alckmin del PSDB en San Pablo fue un destacado motivante de la masividad posterior. Así, no. Mal que les pese a los alternativistas a ultranza que se las saben todas de antemano, en la vida y en la política las cosas funcionan así.
Por cierto que los medios venían destilando lo suyo. Apasionados comentaristas con oficio, como los que hay acá, no cesaban de contrastar los gastos para el Mundial y los Juegos Olímpicos con las cuentas pendientes en “salud, educación y transporte”. Lo hacen con un estilo más sutil que aquí, sin atacar directamente al gobierno, como para que cada uno saque sus conclusiones... Estilo que no implica que en su momento se tenga poca merced con el gobierno, pero que es también consecuencia paradojal de un monopolio aun más fuerte y abarcador, que hace su parte en este vodevil, aceptando períodos de no agresión y pretendiendo recíprocos buenos modales.
Pero a esta altura no cuenta demasiado esta presencia entre las causales “desencadenantes”, aunque sí cuenta en la pugna por orientar lo desencadenado. O Globo dice que todo es contra el gobierno federal.
A la derecha le cuesta hacer pie entre la muchedumbre. Aunque lo sigue intentando. Junto a los grupos ultraizquierdistas intentan dirigir el descontento contra el gobierno federal. No les resulta tan fácil. La gran mayoría de los marchantes votaron a Dilma (y lo volverían a hacer) y los que le da la edad, también votaron a Lula (y lo volverían a hacer). Son datos incontrastables. Eso sí. Los separan del PT. El PT es un partido más del sistema. Y ellos marchan contra el sistema.
Dilma en su discurso ha salido a apoyar a los marchantes y les propuso compartir el debate para ir por más en la mejora de los servicios públicos y en el combate a los corruptos. También alertó contra los violentos. Pandillas de diferente estirpe que siempre dejan su marca. Como en Chile y otros lugares. En las asambleas de los circunstanciales vanguardistas por el pasaje gratuito se ha propuesto que cuando se inicien desmanes, todos se sienten en el suelo, en vez de correr, para que la policía no confunda a unos y otros. Y como es sabido, no se admiten banderas ni carteles partidarios. Sólo la bandera del Brasil. Y lo que no es nada menor: se ha pedido por la democratización de los medios y de la Justicia...
¿Cómo sigue? Quién puede saberlo. Los funcionarios más ingenuos se quejan porque no hay dirigentes y, por lo tanto, no hay con quien negociar. Los cuadros más lúcidos del PT reclaman para que el partido se sume y dispute la conducción. ¿Sabrán cómo hacerlo? Las mayorías de los trabajadores y las masas de pobres aún no son de la partida. También les debe caber lo del desconcierto. Han sido los más favorecidos por estos gobiernos. Los sectores medios bajos lo han sido menos. Y los que estudian lo deben hacer tiempo completo y no trabajan. Y, como los empleados, tienen que sufrir por horas el transporte malo y caro. Pero, sin dudarlo, no se puede sino ser optimista. En los tiempos que corren es muy difícil que cuando sectores amplios del pueblo se ponen en movimiento puedan ser presa fácil de los planes de la derecha. Por el contrario, hoy hay una masa crítica más consistente para respaldar leyes que democraticen el sistema político que hasta ahora el PT no pudo aprobar en el Parlamento.
Si alguien supuso que esto se parece a lo de los caceroleros se equivoca de aquí a Manaos. Quienes hicieron el primer llamado ya anunciaron que pretenden una tregua para no dar pie a los provocadores. Sin subestimar a los violentos y “qualunquistas”, que no son pocos, lo más probable es que cuando la movilización se retraiga lo que prime sea un intenso y productivo debate. Seguramente se abrirán nuevos caminos. La política se ha instalado con fuerza entre los jóvenes. Y ya nada será como antes. El rey ha quedado casi desnudo. Y con esto la derecha, a la larga o a la corta, lleva las de perder.
En cualquier caso, de ahora en más, cuando algo parecido ocurra en otra parte, hay muchas menos razones para pretender sorpresa y desconcierto.
* Profesor titular de Política Latinoamericana, UBA.
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